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Bloc de notes

EL MEJOR CINE DEL MUNDO, EL CINE PEÑALBA

He podido ver recientemente “Los vikingos” (1958) de Richard Fleischer con Kirk Douglas, Tony Curtis, Janet Leigh, Ernest Borgnine, gracias a la excelente plataforma Filmin. La he disfrutado, pero todo el rato con la siguiente reflexión: ¿que impacto hubiera tenido en mí a los 7/8 años que es la época en que se proyectó en el cine Peñalba de mi pueblo Sevares (Asturias)?

Me explico: tengo la suerte de haber sido regalado con un magnífico proyector Epson, lo que provoca una imagen de pantalla de 2,20×1,20 m., más un equipo de sonido Bowers&Wilkins. Esto, en nuestra sala de estar modesta, da auténtica sensación de estar en el cine. Y le he llamado a esta sala el cine Peñalba, en recuerdo de aquel cine de pueblo, construido a finales de los 40, con un modesto edificio de estilo racionalista (absoluta rareza en aquel pueblín de no llegaba a los 2000 habitantes).

En aquel cine de fines de semana nos llegaban las películas con mucho retraso, cuando ya habían recorrido todas las capitales y ciudades importantes: por ejemplo “Vikingos” con Kirk Douglas premiado en el Festival de San Sebastián del 58, nos debió llegar a Sevares hacia el 1962/63 (o el No-Do con la visita de los Beatles…un año mas tarde!). Eso hacía que las copias estaban ya muy machacadas, con rallas y arañazos varios. Una curiosidad: sabíamos (en el intermedio, la visita a la cabina de proyección era casi obligada) que la película venía en rollos, y que el operador los empalmaba de manera “cutre” con celo, cortando siempre algunos fotogramas en el empalme. Nosotros (los críos) nos peleábamos por el suelo de la cabina apañando esos “restos” de película, esos fotogramas desechados, que generaban una colección que les llamábamos “filminas” (aún las conservo una lata de caramelos de Viuda F. Solano). Y todo ello nos daba un conocimiento más: cuando empezábamos a ver que la imagen se llenaba de arañazos y rastros de polvo, sabíamos que venia un cambio de rollo, y que ya habían pasado unos 20 minutos de película. Eso, y el espectáculo cuando se atascaba la película y se quemaba el fotograma en la pantalla con gran griterío general, me generó una fascinación sobre el cine como soporte, que años más tarde me acercó al cine experimental (Stan Brakhage, Norman McLaren, Javier Aguirre, etc.). Y sabíamos de la potencia del arco voltaico que se operaba en la barriga del proyector: también jugábamos afanando los restos de varillas de carbón que habían sido imprescindibles para ese torrente de luz, varillas que utilizábamos como torpes lápices.

Evidentemente el cine era algo mas que la fascinación por el relato: era esa fábrica de sueños en nuestra infancia de pueblo. Cada película generaba durante al menos una semana, un motivo central en nuestros juegos: o indios, o vaqueros, o caballeros, o policías…o vikingos: ese fue el motivo para quedar aquella semana apartado de los juegos, ya que no me dejaron ver la película de Kirk Douglas.

Mi padre, dada su característica de persona leída, de gerente de la fábrica de quesos y mantequillas (actividad central de Sevares), de perteneciente a Acción Católica, recibía (entiendo que cada año) un bloc de fichas de las películas que estaban en exhibición. Y era el encargado de poner en el panel del atrio de la iglesia (cuadro de madera con un marco y que dejaba protegidos los diversos anuncios bajo una tela gallinera) la ficha de la película proyectada en el cine aquel fin de semana. Estas fichas son la primera aproximación metodológica que yo tuve al cine: título, año, actores, director, ficha técnica, género, argumento, valoración moral y calificación: 1 apto para todos los públicos, 2 mayores de 14 años, 3 mayores de 18, 3R mayores de 18 con reparos, 4 gravemente peligrosa (de esta última había que confesarse como pecado mortal). En el sermón de cada domingo el cura orientaba sobre la pertinencia o no de ver la película de turno: fue comentada el anatema de ir a ver “Gilda” (C. Vidor, 1946) ya que era 4 (no sé la cara que pondrían en el cine al verlo lleno de parroquianos). Por cierto, esa película aporta una imagen metafórica del machismo en su esplendor: Glen Ford propinándole un sonoro bofetón a Rita Hayworth. Lo que nadie comenta es que más adelante Rita le propina un puñetazo a Glen, y que en la realidad del rodaje le partió la nariz. De todas maneras, lo que preocupaba al censor era el strip-tease de Rita… ¡quitándose los guantes!.

Volviendo a los “Vikingos”…resultó ser mayores de catorce años. Imposible para mi padre saltarse aquella norma…y a pesar de que todos los críos del pueblo la fueran a ver, yo quede excluido: ya pasaba en aquella época eso de “quedarse fuera” (de la tele, el móvil, la Barbie, la pistola…).

Cierto que la película, vista hoy, en general aguanta bien el visionado. Pero la imagen bruta y machista de los vikingos suena tópica y adusta. ¿Hasta que punto aquel papel de la masculinidad con una mujeres sirvientes y siempre temerosas de la fuerza bruta del macho influye en un niño? Cierto que no todos los hombres se comportaban igual (por ejemplo, el personaje de Tony Curtis, que acaba ganando). ¿Hasta que punto la bestialidad de los combates y la fuerza bruta nos influían? Pienso que se exagera sobre esa influencia: como niños sabíamos que eso era la ficción, que no entrábamos en la escuela matando a quienes se sentasen en nuestro asiento y que el día a día de nuestra convivencia era lo real, y que nuestras madres y hermanas no tenían nada que ver con esas mujeres de las películas (¡ay la autoridad de algunas madres…mas terribles que las vikingas! :-). No niego que en algunas personalidades, con complejo de inferioridad, la violencia fuera para ellos un camino de supervivencia…pero eso con cine y sin cine. Sí, que pienso que mi padre tuvo razón…no hacía falta “alimentar” mi imaginario con cierta violencia, ni ese machismo…ya habría tiempo para ello. Y también el aprendizaje de las diferencias de criterio respecto a la mayoría, con su base moral (discutible o no, pero base a tener en cuenta).

Una anécdota, que también intentaba “proteger” la mentalidad infantil. Casi siempre las sesiones de cine yo iba acompañado de mi abuela, mi “abuelita”, auténtica cinéfila de mi infancia. Y un domingo proyectaron “¿Dónde vas Alfonso XII?” (1958, L.C. Amadori con Paquita Rico y Vicente Parra) y la fuimos a ver. Pero el siguiente fin de semana proyectaron su secuela “¿Dónde vas triste de ti?” (1960, A. Balcázar con Marga López y Vicente Parra), y un problema sobrevenido: esta segunda parte era 2, mayores de 14 años. Mi abuela tuvo un problema, y al acabar la misa fue a la sacristía y mientras el cura se quitaba la ropa de celebración, le comentó el dilema: aquella tarde se quedaba al cargo de mí (benjamín en aquel entonces de cinco hermanos) y no quería perderse la película… El cura se lo pensó y mirándome a mi (acogido al lado de las faldas de mi abuela) dijo: “Tranquila, vete con el niño…total, no se va a enterar de nada.”

Fuimos a verla, y yo me pasé toda la película preguntándome de que no me estaba enterando, porque a mí parecer lo estaba entendiendo todo (seguramente del aspecto mujeriego del Borbón lo pillé más de adulto).

El cine Peñalba fue pionero (antes que Futuroscope) del cine inmersivo con experiencia sensorial. Ese cine, en el centro del valle al lado de la carretera (que corría paralela a la vía del tren y al rio Piloña), tenia un patio de butacas ligeramente inclinado hacia el lado de la pantalla (obvio), pantalla que lucía una fantástica cortina que se abría justo al inicio de la película: precioso el efecto del león de la Metro rugiendo sobre las ondulaciones de la gran tela roja.

Y también tenía algunos problemas de goteras, sobre todo por encima de las primeras filas. Y en Asturias llueve calando poco a poco (el orbayu), pero de vez en cuando con intensidad. Y eso generaba esas goteras con un cielo raso de yeso y cañizo claramente afectado. Y una semana llovió con intensidad: la película era de barcos (no sé si galeones piratas o galeras romanas). No nos pudimos sentar en las primeras filas por las goteras y porque estaba inundada esa zona del cine (vamos, un pequeño lago). En plena batalla, en pleno abordaje y tormenta, empezaron a caer (quizás fruto del estruendo sonoro que bramaba el gigantesco altavoz detrás de la pantalla) trozos de cielo raso salpicándonos a todos al caer sobre la zona inundada y incorporándonos sensorialmente en la película. Las risas generales fueron notorias, y salimos del cine, ignorantes, del carácter pionero de nuestro cine: quedaban años para el sensurround, el dolby atmos y las salas sensoriales.

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