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Bloc de notes

CONTRA EL BORRADO DE LAS MUJERES 

CONTRA EL BORRADO DE LOS HOMBRES

Confío en que la plataforma, Contraelborradodelasmujeres.org (que recomiendo vivamente) me disculpe de utilizar su lema para encabezar este artículo. Esta plataforma se define como una alianza feminista por los derechos de las mujeres basados en el sexo. Es decir, ese porcentaje amplio de mujeres “cisgénero” (por utilizar esa terminología que define aquellas personas que viven su sexo biológico sincronizado con su rol de género) que se cuantifica en un 47% (el otro 47% los varones cisgénero, y un 6% los LGTBI, y ya sabemos que las estadísticas las carga el diablo).

Es más que obvio que el borrado de las mujeres se hace patente cuando se sustituye (en el discurso académico, en el mediático y en el legislativo) la categoría “sexo” por la de “identidad de género”. Citando el frontispicio de la web de la citada plataforma, “no se puede permitir que el género se introduzca en las leyes como una “identidad” y se proteja por encima de la categoría sexo”, porque “el género no es una identidad, el género es el conjunto de normas, estereotipos y roles, impuestos socialmente a las personas en función de su sexo”. Si el sexo no nos identifica y nuestra identificación viene dada por el género (al cual nos podemos adscribir siempre que queramos en función de la llamada “autodeterminación de género”), ser mujer o ser hombre se convierte en algo individualizado. Es decir, que más allá de mi corporeidad, es mi decisión subjetiva la que manda enfrente de la comunidad. Y como tal decisión subjetiva puede ser sospechosa de todas las dudas sobre su idoneidad, veracidad u oportunismo. He dicho que puede ser sospechosa, no que siempre lo sea.

La impronta de la cultura neoliberal tiene un claro mantra: el individualismo. O en palabras de Ulrich Bech, la «individualización», un concepto estructural que quiere decir «individualismo institucionalizado», que contradictoriamente comporta «un estilo colectivo del vivir». Eso provoca que los tópicos que dominan el debate público sean: «la disolución de la solidaridad, la decadencia de los valores, la cultura del narcisismo, el hedonismo reivindicativo, etc.» (de nuevo Ulrich Beck). Esta “individualización” pone todos los derechos en manos de ese yo subjetivo, que no socializa sus necesidades sino que las hace jerárquicamente superiores: el YO. Y siguiendo el subtexto de la publicidad, ese “yo” ha de ser satisfecho “ya”, ahora mismo, puesto que nada puede ser demorado porque sus necesidades son ley (eso suele ir acompañado de la palabra “libertad”).

En la llamada segunda ola del feminismo (y seguramente a partir del ensayo de Carol Hanisch “Lo personal es político”, 1970) se popularizó esta idea-frase, incluida su derivada “lo privado es político”. Aquí asistimos a una toma de conciencia de cómo los modos de producción y sus consiguientes modos de dominación, intervienen insidiosamente en nuestra privacidad, modelándola y haciendo que nuestra manera de estar en el mundo quede impregnada en todas nuestra esferas íntimas y cotidianas por dichos modos de producción. De ahí que una visualización de eso “privado” nos permita detectar y denunciar esa capilarización de la política: un lúcido libro, “Qué hace el poder en tu cama. Apuntes sobre la sexualidad bajo el patriarcado” (J.V. Marqués, 1981), ya hacia interesantes reflexiones bajo este prisma. Pero donde “lo privado” se convertía en un artefacto para socializar los análisis y las reivindicaciones, buscando el bienestar colectivo, la postmodernidad (tan emparentada histórica e ideológicamente con el neoliberalismo) ha resemantizado la frase como “lo subjetivo es político”. Y aquí el “yo” se convierte en piedra angular del discurso y no en un grano de arena más, que articula un discurso emancipador para mayorías sociales.

Y esa es la cultura de la “individualización” donde todo está lleno de derechos (y no de deberes), donde las microdiferencias han de ser elevadas a categorías sociales inapelables, y donde el narcisismo alimenta psicológicamente gran parte de la supuesta acción reivindicativa (no puedo dejar de entender así ciertas imágenes que vemos de las manifestaciones del Día del Orgullo Gai, sin que ello invalide mi soporte a sus reivindicaciones por la igualdad y el respeto).

Es un constante “que hay de lo mío”, un continuo personalizar la injusticia de tal manera que de lo particular se vaya a lo general, sin contrastar el marco global o la dimensión macro del problema. En el ecologismo, su mantra fue durante unos años “piensa globalmente y actúa localmente”, pero la expansión postmoderna de “lo privado es político” ha derivado en un “piensa localmente y actúa globalmente”. Eso también ha afectado a las reivindicaciones ecologistas: defender un trozo de paisaje ante los molinos de viento sin pensar globalmente los efectos de la crisis climática, o defender una laguna con cierto interés natural enfrente a una ampliación aeroportuaria (cuando lo que hay que frenar es el incremento de aviones: descenso de un 72% de los vuelos para el 2030, siguiendo los acuerdos de París). Sí, lo subjetivo es político, y los poderes económicos están encantados con estas lógicas reivindicativas tan fáciles de satisfacer (mejor negociar un maquillaje medioambiental que no una reducción drástica del tráfico aéreo).

¿Pueden estar los poderes económicos interesados en el debate sobre las leyes trans, sobre legislaciones que faciliten la autodeterminación de género o que incluyan en su redactado el abandono de la concepción binaria de los sexos?

No entraré en el detalle de quienes financian todo el entramado de la ideología transgénero (ver https://contraelborradodelasmujeres.org/financiacion/), pero sí en lo siguiente: mas fácil y lucrativo derivar las reivindicaciones “clásicas” del feminismo hacia un debate que niega a hombres y mujeres (el no binarismo) y que abre las puertas a  un brindis al sol de la postmodernidad, la liberalidad, la defensa de los colectivos marginados, la emotividad de esas luchas individuales en un cuerpo que no responde a su identidad, todo ello fácilmente transmisible por los medios de comunicación, narrativamente muy atractivo y políticamente difícil de mostrarse en contra (excepto la extrema derecha). 

Un alto en el razonamiento: nada más lejos de mi intención que banalizar los dramas personales, las agresiones hacia los diferentes, las discriminaciones, las actuaciones contra ninguna persona que opte por cualquier tipo de identidad y opción sexual. Todo ello ha de ser respetado y soportado socialmente, caso a caso, con la ayuda y el acompañamiento necesario, así como una rotunda oposición a cualquier agresión o discriminación. Pero volviendo al ejemplo ecologista de la laguna natural a proteger, una cosa es nuestra sensibilidad conservacionista, y otra perder de vista el “pensar globalmente”.

Una brecha salarial entre hombres y mujeres (que puede rondar en España el 28,6%) y un feminicidio con cifras que tenemos naturalizadas (año 2020, 83 víctimas mortales en España) son dos temas prioritarios y terriblemente urgentes. Y que están interelacionados. ¿Qué lobbies estarían interesados en subvencionar y presionar iniciativas legislativas en este terreno? ¿Quién generaría un relato atractivo para televisiones y series donde este tema se tratara en profundidad? Estamos (parafraseando a Al Gore y su documental ecologista) ante “una verdad incómoda” que nos afecta transversalmente. Y que no se arregla borrando la realidad de eso que hasta ahora llamábamos sexo masculino y sexo femenino.

Las implicaciones sociales, económicas y culturales del machismo están aquí y llevan mucho tiempo con nosotros y nosotras. Y no desaparecen haciendo una pirueta ideológica y narrativa como es negando la binariedad en su conjunto (volvamos a los números: un 94% de hombres y mujeres). ¿Eso significa negar las realidades del 6% restante? En absoluto. Pero que la problemática de esa minoría monopolice el discurso del feminismo (o lo intente), nos parece muy sospechoso (mas allá de la bondad de personas concretas y sus problemáticas). Lo doloroso es que jugando con los sentimientos, reivindicaciones y problemáticas de colectivos concretos, alguien tape una lucha tan importante y urgentemente necesaria como es la de la discriminación salarial y el feminicidio que sufren las mujeres.

Un apunte final: en el ámbito de la lucha feminista muchas voces comentan la poca presencia de los varones. Es cierto, y más allá de ciertos autores y algunas plataformas, no hay una presencia contundente del pensamiento masculino al respecto, incluida la resbalosa acepción de “hombres feministas” (yo me considero). Es una tarea a llevar a cabo con determinación. Pero cierto es que con las victorias notables pero no suficientes del feminismo del s.XX, algo en el sector varonil (aquí el lenguaje vuelve a mostrarnos las debilidades) quedó muy tocado. Betty Friedan (1921-2006) en la última conferencia que dio en Barcelona, al ser preguntada por las reivindicaciones feministas posibles para el siglo XXI vino a contestar que habría que ayudar a los hombres, porque habían quedado ciertamente descolocados. Deconstruido el papel clásico del varón (proveedor, protector, jerárquicamente superior), falta rediseñar su nuevo papel: mientras tanto las resistencias machistas siguen siendo notables, y no hace falta recordar sus efectos perversos: feminicidio y brecha salarial, principalmente.

El Ayuntamiento de Barcelona, en una iniciativa con objetivo loable, abre un centro dedicado a las “Nuevas masculinidades”, donde se quiere “poner el énfasis en la educación y la revisión de ese modelo de masculinidad heredado que tanto daño ha hecho a la sociedad” (Ada Colau). Pero este centro está bajo el paraguas de las políticas LGTBI, y estaría bien ser conscientes del corsé que eso supone para abordar la masculinidad de manera inclusiva para el 46% (¿inclusividad inversa?).

En algunos ambientes académicos y mediáticos ser hombre y europeo nos hace responsables del patriarcado/machismo, del racismo y del colonialismo, lastrando nuestra capacidad de propuesta de ideas o de debate (Pascal Bruckner: “Tres discursos, neofeminista, antirracista y decolonial, ahora designan al hombre blanco como el enemigo: su anatomía lo convierte en un depredador por naturaleza, su color de piel en un racista, su poder en un explotador de todos los dominados»). En el ámbito narrativo (cine / series) hay dos tipos masculinos por antonomasia: el depredador sexual y el inútil (antiguamente, calzonazos). Pocas veces vemos personajes masculinos complejos, empáticos y proactivos. De alguna manera se construye un relato que incluye el ninguneo, la culpabilización,  el borrado de los hombres.

Porque primero se ha iniciado la campaña del borrado de las mujeres, pero en ese mundo binario -que algunas interesadamente no quieren reconocer- borrando a las mujeres se borra a los hombres. Y serán los poderosos, disfrazados del género que quieran, los que seguirán llevándose el gato al agua. Si no hay ricos ni pobres (parafraseando el no binarismo), tampoco habrá lucha de clases. Si no hay hombres ni mujeres…¿cómo articularemos la igualdad y la fraternidad?. 

                      Jesús-Angel Prieto, La Floresta, verano del 21.

EL TRIANGLE, 6-VIII-2021

CONTRA L’ESBORRAT DE LES DONES CONTRA L’ESBORRAT DELS HOMES

Confio que la plataforma, Contraelborradodelasmujeres.org (que recomano vivament) em disculpi d’utilitzar el seu lema per encapçalar aquest article. Aquesta plataforma es defineix com una aliança feminista pels drets de les dones basats en el sexe. És a dir, aquest percentatge ampli de dones «cisgènere» (per utilitzar aquesta terminologia que defineix aquelles persones que viuen el seu sexe biològic sincronitzat amb el seu rol de gènere) que es quantifica en un 47% (l’altre 47% dels homes cisgènere, i un 6% els LGTBI, i ja sabem que les estadístiques les carrega el diable).

És més que obvi que l’esborrat de les dones es fa palesa quan es substitueix (en el discurs acadèmic, en el mediàtic i en el legislatiu) la categoria «sexe» per la d'»identitat de gènere». Citant el frontispici del web de l’esmentada plataforma, «no es pot permetre que el gènere s’introdueixi en les lleis com una «identitat» i es protegeixi per sobre de la categoria sexe», perquè «el gènere no és una identitat, el gènere és el conjunt de normes, estereotips i rols, impostos socialment a les persones en funció del seu sexe». Si el sexe no ens identifica i la nostra identificació és definida pel gènere (a la qual ens podem adscriure sempre que vulguem en funció de l’anomenada «autodeterminació de gènere»), ser dona o ser home es converteix en quelcom individualitzat. És a dir, que més enllà de la meva corporeïtat, és la meva decisió subjectiva la que mana davant de la comunitat. I com a tal decisió subjectiva pot ser sospitosa de tots els dubtes sobre la seva idoneïtat, veracitat o oportunisme. He dit que pot ser sospitosa, no que sempre ho sigui.

L’empremta de la cultura neoliberal té un clar mantra: l’individualisme. O en paraules d’Ulrich Bech, la «individualització», un concepte estructural que vol dir «individualisme institucionalitzat», que contradictòriament comporta «un estil col·lectiu del viure». Això provoca que els tòpics que dominen el debat públic siguin: «la dissolució de la solidaritat, la decadència dels valors, la cultura del narcisisme, l’hedonisme reivindicatiu, etc.» (De nou Ulrich Beck). Aquesta «individualització» posa tots els drets en mans d’aquest jo subjectiu, que no socialitza les seves necessitats sinó que les fa jeràrquicament superiors: el JO. I seguint el subtext de la publicitat, aquest «jo» ha de ser satisfet «ja», ara mateix, ja que res no pot ser demorat perquè les seves necessitats són llei (això sol anar acompanyat de la paraula «llibertat»).

En l’anomenada segona onada del feminisme (i segurament a partir de l’assaig de Carol Hanisch «El personal és polític», 1970) es va popularitzar aquesta idea-frase, inclosa la seva derivada «el privat és polític». Aquí assistim a una presa de consciència de com les maneres de producció i les seves consegüents maneres de dominació, intervenen insidiosament en la nostra privacitat, modelant i fent que la nostra manera d’estar en el món quedi impregnada en totes les nostres esferes íntimes i quotidianes per aquests modes de producció. Per aquest motiu una visualització d’això «privat» ens permet detectar i denunciar aquesta capil·larització de la política: un lúcid llibre, «Què fa el poder al teu llit. Apunts sobre la sexualitat sota el patriarcat «(J.V. Marquès, 1981), ja cap a interessants reflexions sota aquest prisma. Però on «el privat» es convertia en un artefacte per socialitzar les anàlisis i les reivindicacions, buscant el benestar col·lectiu, la postmodernitat (tan emparentada històricament i ideològicament amb el neoliberalisme) ha reescrit la frase: «el subjectiu és polític». I aquí el «jo» es converteix en pedra angular del discurs i no en un gra de sorra més, que articula un discurs emancipador per majories socials.

I aquesta és la cultura de la «individualització» on tot està ple de drets (i no de deures), on les microdiferencies han de ser elevades a categories socials inapel·lables, i on el narcisisme alimenta psicològicament gran part de la suposada acció reivindicativa (no puc deixar d’entendre així certes imatges que veiem de les manifestacions del Dia de l’Orgull Gai, sense que això invalidi el meu suport a les seves reivindicacions per la igualtat i el respecte).

És un constant «que hay de lo mío», un continu personalitzar la injustícia de tal manera que del particular es vagi al general, sense contrastar el marc global o la dimensió macro del problema. En l’ecologisme, el seu mantra va ser durant uns anys «pensa globalment i actua localment», però l’expansió postmoderna de «el privat és polític» ha derivat en un «pensa localment i actua globalment». Això també ha afectat les reivindicacions ecologistes: defensar un tros de paisatge davant dels molins de vent sense pensar globalment els efectes de la crisi climàtica, o defensar una llacuna amb cert interès natural enfront d’una ampliació aeroportuària (quan el que cal frenar és l’increment d’avions: descens d’un 72% dels vols per al 2030, seguint els acords de París). Sí, el subjectiu és polític, i els poders econòmics estan encantats amb aquestes lògiques reivindicatives tan fàcils de satisfer (millor negociar un maquillatge mediambiental que no una reducció dràstica del trànsit aeri).

Poden estar els poders econòmics interessats en el debat sobre les lleis trans, sobre legislacions que facilitin l’autodeterminació de gènere o que incloguin en el seu redactat l’abandó de la concepció binària dels sexes?

No entraré en el detall dels que financen tot l’entramat de la ideologia transgènere (vegeu https://contraelborradodelasmujeres.org/financiacion/), però sí en el següent: més fàcil i lucratiu derivar les reivindicacions «clàssiques» del feminisme cap a un debat que nega a homes i dones (el no binarisme) i que obre les portes a un brindis al sol de la postmodernitat, la liberalitat, la defensa dels col·lectius marginats, l’emotivitat d’aquestes lluites individuals en un cos que no respon a la seva identitat (tot això fàcilment transmissible pels mitjans de comunicació, narrativament molt atractiu i políticament difícil de mostrar-se en contra, excepte l’extrema dreta).

Un alt en el raonament: res més lluny de la meva intenció que banalitzar els drames personals, les agressions cap als diferents, les discriminacions, les actuacions contra cap persona que opti per qualsevol tipus d’identitat i opció sexual. Tot això ha de ser respectat i suportat socialment, cas a cas, amb l’ajuda i l’acompanyament necessari, així com una rotunda oposició a qualsevol agressió o discriminació. Però tornant a l’exemple ecologista de la llacuna natural a protegir, una cosa és la nostra sensibilitat conservacionista, i una altra perdre de vista el «pensar globalment».

Una bretxa salarial entre homes i dones (que pot rondar a Espanya el 28,6%) i un feminicidi amb xifres que tenim naturalitzades (any 2020, 83 víctimes mortals a Espanya) són dos temes prioritaris i terriblement urgents. I que estan interrelacionats. Què lobbies estarien interessats a subvencionar i pressionar iniciatives legislatives en aquest terreny? Qui generaria un relat atractiu per a televisions i sèries on aquest tema es tractés en profunditat? Estem (parafrasejant Al Gore i el seu documental ecologista) davant «una veritat incòmoda» que ens afecta transversalment. I que no s’arregla esborrant la realitat d’això que fins ara en dèiem sexe masculí i sexe femení.

Les implicacions socials, econòmiques i culturals del masclisme són aquí i fa molt de temps que hi són amb nosaltres. I no desapareixen fent una pirueta ideològica i narrativa com és negant la binarietat en el seu conjunt (tornem als números: un 94% d’homes i dones). ¿Això vol dir negar les realitats del 6% restant? En absolut. Però que la problemàtica d’aquesta minoria monopolitzi el discurs del feminisme (o ho intenti), ens sembla molt sospitós (més enllà de la bondat de persones concretes i les seves problemàtiques). El dolorós és que jugant amb els sentiments, reivindicacions i problemàtiques de col·lectius concrets, algú tapi una lluita tan important i urgentment necessària com és el feminicidi i la de la discriminació salarial que pateixen les dones.

Un apunt final: en l’àmbit de la lluita feminista moltes veus comenten la poca presència dels homes. És cert, i més enllà de certs autors i algunes plataformes, no hi ha una presència contundent del pensament masculí al respecte, inclosa la relliscosa accepció d'»homes feministes» (jo em considero). És una tasca a dur a terme amb determinació. Però cert és que amb les victòries notables, però no suficients del feminisme del s. XX, alguna cosa en el sector viril (aquí el llenguatge torna a mostrar-nos les debilitats) va quedar molt tocat. Betty Friedan (1921-2006) en l’última conferència que va donar a Barcelona, ​​en ésser preguntada per les reivindicacions feministes possibles per al segle XXI va contestar que caldria ajudar els homes, perquè havien quedat certament descol·locats. Desconstruït el paper clàssic de l’home (proveïdor, protector, jeràrquicament superior), manca redissenyar el seu nou paper: mentrestant les resistències masclistes segueixen sent notables, i no cal recordar els seus efectes perversos: feminicidi i bretxa salarial, principalment.

L’Ajuntament de Barcelona, en una iniciativa amb objectiu lloable, obre un centre dedicat a les «Noves masculinitats», on es vol «posar l’èmfasi en l’educació i la revisió d’aquest model de masculinitat heretat que tant de mal ha fet a la societat «(Ada Colau). Però aquest centre està sota el paraigua de les polítiques LGTBI, i estaria bé ser conscients la cotilla que això suposa per abordar la masculinitat de manera inclusiva per al 46% (¿inclusivitat inversa?).

En alguns ambients acadèmics i mediàtics ser home i europeu ens fa responsables del patriarcat / masclisme, del racisme i del colonialisme, llastrant la nostra capacitat de proposta d’idees o de debat (Pascal Bruckner: «Tres discursos, neofeminista, antiracista i decolonial, ara designen a l’home blanc com l’enemic: la seva anatomia el converteix en un depredador per naturalesa, el seu color de pell en un racista, el seu poder en un explotador de tots els dominats»). En l’àmbit narratiu (cinema / sèries) hi ha dos tipus masculins per antonomàsia: el depredador sexual i l’inútil (antigament, calçasses). Poques vegades veiem personatges masculins complexos, empàtics i proactius. D’alguna manera es construeix un relat que inclou el menyspreu, la culpabilització, l’esborrat dels homes.

Perquè primer s’ha iniciat la campanya de l’esborrat de les dones, però en aquest món binari -que algunes interessadament no volen reconèixer- esborrant a les dones s’esborra als homes. I seran els poderosos, disfressats del gènere que vulguin, els que seguiran guanyant la partida. Si no hi ha rics ni pobres (parafrasejant el no binarisme), tampoc hi haurà lluita de classes. Si no hi ha homes ni dones … Com articularem la igualtat i la fraternitat?.

                      Jesús-Angel Prieto, La Floresta, estiu del 21.

EL TRIANGLE, 6-VIII-2021

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