“¿Cómo puede una sociedad secular, expuesta a los rigores de un mercado global, basado en la individualización institucionalizada en el contexto de una explosión global de las comunicaciones, alentar al mismo tiempo un sentimiento de pertenencia, confianza y cohesión?”
Ulrich Beck,
La sociedad del riesgo global, 1999
L’impressionnant Boléro confiné de l’orchestre national de France
Estos día abundan iniciativas (como la que aquí reseñamos a modo de ejemplo: orquesta nacional de Francia) en la que músicos (o danzarines, actores, mimos, etc.), utilizan las posibilidades de las tecnologías de la comunicación para recomponer el espacio social que les era propio: la actuación colectiva del concierto, del espectáculo.
Tan acostumbrados estábamos a ese ritual (tocar juntos, interpretar, colaborar) que la pandemia nos ha mostrado lo sustancial, lo enormemente necesario de nuestra sociabilidad.
Pero nuestra sociedad hacia tiempo que alimentaba un “individualismo institucionalizado como concepto estructural relacionado con el estado del bienestar” (Beck dixit), y tremendamente anclado en la narrativa del neoliberalismo: “cada uno en su casa y Dios en la de todos”, sólo que ya éramos ateos. Y ese Dios era la economía de mercado que se auto-regulaba en presencia (ausencia) de un estado que debía ser cuanto menos estado mejor.
La orquesta era una suma de individualidades, con sus competitividades (¡a que le quito el puesto al primer violín!), y con la garantía contractual que acabado el ensayo o el concierto, yo volvía a mi casa con todas las seguridades y derechos. ¿Deberes? ¿Compartir el proyecto común? ¿Lealtad hacia la institución? La justa, la mínima para no perder mi puesto de trabajo…y que el director de la orquesta o el gerente de la institución se lo curren.
Hay que revisar la pequeña e incómoda película “Prova d’orchestra” (Federico Fellini, 1979) donde los músicos ponen en entredicho, desde su individualidad insolidaria, la autoridad del director, hasta que una enorme bola (la clásica utilizada para demoler edificios) impacta en una de las paredes de la sala de ensayos e introduce el pánico y la incertidumbre (una imagen tremendamente metafórica). Y aquí aparecen todas las debilidades, todas las flaquezas del grupo social, incapaces entonces de gestionar la crisis, la crisis global, sobre todo después de haber deslegitimado los liderazgos.
Estas muestras de fervor colectivo (los vídeos del confinamiento) deberían ser un acicate para revisar nuestra posición como individuos y nuestro compromiso con lo social. “Ya lo decía Pericles: no nos podemos salvar a título individual” (nos recordaba, en La Vanguardia, Irene Vallejo) y da rabia que hayan pasado tantos siglos desde esta advertencia. ¿Seremos capaces de aprender ya?
Primera observación por mi parte: hace falta erradicar ese tumor (perdonar la metáfora clínica) de esa “individuación” que hace que todo lo veamos en clave egoísta y de satisfacción de nuestras pulsiones, alimentado de manera brutal por la publicidad. Todo anuncio comercial está guiado para incitar el “yo” y el “ya”, satisfacción individual e inmediata (Marx hoy diría que “la publicidad es el opio del pueblo”). Ese tumor, sino lo cercenamos, será el que redirigirá nuestra vuelta a la normalidad: después de abrazarnos y reencontrarnos colectivamente, volveremos a la “individuación” y al olvido de nuestros miedos pandémicos (sobre todo porque la tecnología, pasada la plaga, nos volverá a dar seguridad… a quien se la pueda pagar).
12 de abril, 2020, La Floresta.