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Bloc de notes

Podemos hacerlo bien: reflexiones post I Jornada d’art i contemporaneïtat a Menorca, Menorca 11-XII-2021.

Ha sido un honor para mí haber sido invitado por el IME a participar en esta jornada. Compartir reflexiones sobre el mundo del arte (en particular sobre las artes plásticas y visuales) siempre me llena de interés y perplejidad. Y si ese territorio reflexivo se concreta sobre una geografía como la de Menorca, imposible no sumar energías y complicidades. No soy nada partidario de mezclar lo personal con la reflexión teórica o histórica, pero no puedo esconder que mi aproximación a Menorca, extendida en el tiempo e intermitente, tiene el valor de haber sido y ser el ángel de la guarda de una relación de pareja de más de cuarenta años, y aunque uno intente mantener la distancia intelectual sobre el objeto a reflexionar, por entre las costuras se nos cuelan las querencias. 

“Podemos hacerlo bien…” no significa que no haya ya buenas practicas en marcha, y que no tengamos una historia puntuada con momentos de éxito y satisfacción. Por ejemplo estas primeras jornadas: modélicas en su planteamiento, un éxito en su “casting” (de mucha calidad y equilibrado en su implicación coral), generosas en sus objetivos y modestas al hacer evidente su marco de concreción (con los asuntos y sectores que quedan pendientes). En mi experiencia, tanto como organizador y como participante en eventos similares, esta ha sido una jornada de excelencia. 

Los mundos del arte son complejos (H.S. Becker nos lo había explicado) e implican actores con diversos intereses y sin duda, todos necesarios. A mí me gusta pensar principalmente desde la recepción: es decir el protagonismo del espectador, del amateur que disfruta/necesita de las diferentes experiencias que el arte le provoca. Y este receptor no es universal, ni necesariamente ha de serlo: hay gente a la que el arte no le dice nada, ni lo necesita, y no por ello han de ser ninguneados culturalmente. Eso quiere decir que cuando desde el sector público invertimos en arte (en su producción, en su exhibición) hemos de ser conscientes que no es una necesidad universal y que si hemos de escoger entre dotarnos de una mejor atención primaria sanitaria o una antológica sobre la cultura neolítica… habrá que ser muy cuidadosos.

Pero es cierto que la cultura y las artes visuales y plásticas pueden tener un papel de cohesión social, de educación estética, de mejora de nuestra conexión con la realidad, compleja y multiforme. Y esa conexión, abre las puertas de nuestras identidades, de nuestras complicidades con una historia, una cultura, una determinada manera de estar en el mundo: eso suele ser entendido como el papel del arte como identificador de un territorio. Esa identificación, esa mirada diferente suele ser atractiva para los individuos de esa determinada comunidad, y también para los visitantes que ven en esa mirada un elemento atractivo de diferencia y a la vez un puente de empatías.

Por otro lado un elemento tractor primordial de los mundos del arte son los propios artistas, eufemísticamente llamados creadores. Tienen, desde que el arte ya no es un encargo de los poderes y si una oferta en búsqueda de demanda, una posición compleja: “La burguesía emancipada del vínculo del feudalismo y de la iglesia autoritaria desarrolló y destruyó en seguida el orden gremial autónomo, echó los cimientos de los oficios libres, de la praxis artística autónoma y preparó las formas en que se movieron la clientela artística individual, el consumo privado del arte, así como el mercado artístico, libre de vínculos institucionales y basado en una clientela constante, aunque también fluctuante.” (A. Hauser, 1977). Producir obras de arte se volvió una profesión muy prestigiada pero muy arriesgada: cuando Dante Alighieri estaba escribiendo la Divina Comedia, a nadie le importaba, ni nadie se lo pedía; luego se ha convertido en un monumento cultural imprescindible.

De la misma manera que “A mediados del siglo XIX, con la cristalización del sistema económico moderno, decayó la esperanza de que los artesanos encontraran un lugar honorable en el ordenamiento industrial.” (Sennett, 2008), los artistas quedaron desamparados, pero acompañados con una aura de excepcionalidad, de bohemia y de divismo. Reitero, posición ambigua por lo incómoda: que alguien hable de la última cifra conseguida por Jeff Koons (58 millones de $) a un artista que no consigue llegar a fin de mes es muy duro (cuando no cínico). Máxime cuando el mercado del arte está reproduciendo la cruda realidad social: un encumbramiento obsceno de las clases ricas (el llamado 1%) y un hundimiento de las clases medias, que eran las amigas y cómplices del arte modesto y honesto. Por otro lado, las llamadas prácticas del arte contemporáneo (en especial las hijas del Pop y del Arte Conceptual) con sus complejas propuestas (muchas veces alejadas del mismo concepto del arte como objeto: video instalaciones, performances, acciones) hacen difícil no sólo su comprensión, sino su recorrido comercial: ¿quién puede comprar un tiburón dentro de una vitrina de formol y ponerlo en su salón?

Por una lado aparece el divorcio entre ciertas prácticas actuales de los artistas y el público, y por otro la dificultad material de los propios artistas de producir y ser pagados por obras que, de entrada, sólo tienen vida en instituciones públicas, en los llamados centros de arte o museos de arte contemporáneo. Ese divorcio es doloroso y mal llevado: a un espectador “culto” que se esfuerza en estar al día y ser sensible a las propuestas actuales, le resulta muy difícil desvelar su “desapego”, su “ya no te quiero”; de hecho para no decirlo crudamente, sale de las exposiciones con la frase de compromiso “es una obra muy interesante”.

Prueba del divorcio claro es que, cada vez más, entre los museos y los diferentes intermediarios (comisarios, curadores) se utiliza la palabra “mediación”: y lo sabemos, sólo hay mediación entre partes en conflicto, entre gentes a punto de divorciarse.

¿Lo podemos hacer bien? Yo pienso que sí. Pero hace falta consenso y rigor: no podemos seguir asintiendo la frase “Tout ce que crache l’artiste est art”, todo lo que escupe el artista es arte, Schwitters dixit. Hay que restablecer una clara función entre su trabajo y el sistema cultural que lo necesita. Y eso requiere paciencia y compartir debates amplios donde todos los actores tengan derecho a la palabra: hace tiempo que hemos dejado a los mundos del arte solos y autónomos, y ese es un prestigio que hoy ya no nos podemos permitir. Desde “Los límites del crecimiento” (D. Meadows y otros, 1972) hasta el último informe del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC, 2021), ya sabemos que la creatividad ha de ser sostenible, y que la época del riesgo global (U. Bech, 1999) es nuestro ámbito de incertidumbres y de compromisos ineluctables. Y justo ahí el arte, con sus obras múltiples y variadas, puede colaborar en esa educación estética y moral que necesitamos. Pero un arte implicado quiere decir unos artistas y un público que compartan estas responsabilidades: eso dice también un sector público implicado, no en batallas electoralistas utilizando el arte como elemento distintivo, sino como actor que coordine y facilite un entorno de complicidades y acciones consensuadas.

Podemos hacerlo bien, lo estamos haciendo bien abriendo y compartiendo estos debates. Y Menorca tiene un tamaño modélico para implementar una manera propia de entender esa complejidad de los mundos del arte, y no caer en modelos miméticos donde la “grandeur” y la foto mediática nos hagan perder esa labor modesta, discreta, diversa y homeopática, de pequeñas dosis, de frugalidad, de “lo insular es hermoso”.

Recuerden nuestros gestores que el nudo narrativo del cuento “El traje nuevo del emperador, o El rey desnudo” (H.C. Andersen, 1837) es cuando los sastres, al presentar la nueva tela al emperador, le dicen: “Majestad, esta tela sólo la pueden ver los muy inteligentes”. ¡Cuántas veces en el mundo de la cultura hemos caído en esa trampa!

Necesario compartir miradas, diferentes, diversas, multidisciplinares, así evitaremos imitar éxitos no importables, comulgar con ruedas de molino que sólo provocarán desajustes.

¿Y no fue ese el éxito de esta primera jornada sobre artes visuales?

Jesús-Àngel Prieto, de vuelta a La Floresta, 16 de diciembre 2021.

Publicat a Es Diari /Menorca, 26-XII-2021. Traducció i foto, Juan Elorduy.

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