De nuestras lecturas infantiles, queda la imagen terrible de aquella tribu amazónica, los jíbaros, que reducía las cabezas de sus enemigos decapitados hasta dejarlas del tamaño de una naranja. Por extensión utilizamos el término jibarización para aquellos procesos de reducción o de empequeñecimiento, aplicado metafóricamente.
Me gustaría tratar este vocablo aplicado a la reducción del campo mental, del campo cognitivo que una determinada instancia comunicativa puede hacer. Todos tendemos alguna vez a jibarizar al otro: es conocido ese mecanismo aplicado a las mujeres en muchos períodos de la historia, marcando los límites de sus capacidades con una mezcla entre la infantilización (cerebro inmaduro) y la incapacidad física de comprensión de actividades (“nunca podrán conducir un coche”) o de saberes (“imposible una mujer científica”).
La democracia en los períodos liberales decimonónicos tenía miedo al sufragio universal, ya que el voto de todos los ciudadanos debería llevarnos al triunfo de las mayorías (estadísticamente clases proletarias) y con ello a propuestas de gran calado social cuando no al triunfo del comunismo. Pronto descubrieron la élites que el voto podía ser conducido, sobre todo gracias al cuarto poder, primero la prensa, después ya en el siglo XX el conglomerado de lo que entendemos como medios de comunicación de masas (Enzesberger prefería llamarlos medios de información de masas: ¿des-información?). Es conocida la controversia respecto a la instauración del voto femenino en la Segunda República: Victoria Kent y su reticencia a conceder este derecho a las mujeres ya que estas estaban muy influenciadas por la Iglesia y eso, a su parecer, las disminuía en su discernimiento democrático (¿sufrían un proceso de jibarización?).
Es evidente que en las luchas por el poder en regímenes democráticos, el control de los medios de comunicación ocupa el centro del tablero de juego. La búsqueda de la hegemonía resulta capital, y esta sólo se puede conseguir generando un estado de opinión favorable a las tesis de las fuerzas que aspiran a gobernar con el sufragio más amplio posible.
Este estado de opinión, en principio, estaría basado en argumentaciones racionales fundamentadas en hechos lo más objetivos posibles. Pero la complejidad de las sociedades de estos inicios del milenio convierte estas argumentaciones y estos hechos, en una auténtica selva de difícil desbroce, donde cada paso parece contradecirse con el anterior y la búsqueda de la orientación (del norte, para no acabar desnortados) es casi una quimera. La brújula clásica apuntaba a cuatro puntos cardinales básicos: conservadurismo, liberalismo, socialismo y comunismo. Actualmente la aguja imantada es incapaz de detectar estos polos, cuando no definitivamente (como cuando nos encontramos sobre el polo magnético) dar vueltas en un baile sin fin.
¿Cómo operar entonces, con puntos cardinales desdibujados y direcciones magnéticas aleatorias? Y, sobre todo, ¿cómo dar a la ciudadanía una hoja de ruta que le libere de esta angustia de pérdida de referentes, de objetivos claros, de comprensión de la complejidad, cuando no de la incertidumbre?
Hay un territorio-refugio que resulta modélico, por su atractivo, su masiva audiencia y su claridad funcional: el deporte. O se gana o se pierde, mas allá de las discusiones estériles sobre la imparcialidad del árbitro. O se es de este equipo o del otro, no hay dudas, y además siempre que se identifica uno con un club eso conlleva inevitablemente un antagonismo dual hacia otro club, por mas que hayan múltiples equipos. Está muy mal visto tener diferentes colores, y sí en cambio adhesiones sin fisuras: “¡viva el Betis, manque pierda!”.
¿Cómo se genera esta adhesión incondicional? ¿Cuales son sus características? Apuntaremos sumariamente dos: una base emocional ligada al territorio y a la familia, y otra su capacidad de generar identidad en una sociedad múltiple y globalizada. Por supuesto no hay fisuras en nuestra fe deportiva, se asumen estoicamente las derrotas y se celebran desmesuradamente las victorias: ¿alguien se ha encontrado en el metro de París cuando la selección de Algeria gana algún partido de renombre? ¿alguien puede entender ese entusiasmo absolutamente desbordado -al límite del desorden público- de ciudadanos y ciudadanas que en su mayoría ni han nacido ni han pisado Algeria?. Sin duda es el sueño de toda fuerza política.
Está claro que tenemos instrumentos y conocimiento acumulado para saber construir estados de opinión, esas adhesiones a un relato. Y hay ejemplos históricos, algunos de infausta y terrible memoria.
Nos centraremos en un aspecto concreto en la construcción del relato y en un caso que conocemos de primera mano. Aspecto concreto: una cierta metodología de un medio de comunicación, TV3. Caso político: el proceso del intento de salto hacia la independencia de la autonomía catalana.
Seremos sucintos (el tema da para varias tesis doctorales). El relato para pasar del catalanismo, al soberanismo y al independentismo, ahora sabemos que ha tenido una planificación pausada y de largo recorrido (ver, entre otras, las informaciones del El Triangle con el llamado “plan de nacionalización” de Jordi Pujol, o En el tsunami catalán de Santiago Tarín, 2020). Nos centraremos en apuntar el papel que TV3 ha tenido, sin duda durante los gobiernos de Pujol (y sus posteriores “herederos”), pero sin menospreciar la acción muy profesional de ERC durante el tripartito (es interesante reseñar que Enric Marin -entonces Secretario de Comunicación del Govern- y Joan Manuel Treserras -Conseller de Cultura y Medios de Comunicación- eran reconocidos académicos de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la UAB).
No me consta que en las facultades de comunicación se estudie el tema de la “jibarización”: es decir, reducir la complejidad de una realidad dada para conseguir un simplificación que facilite la ruta hacia un estado de opinión concreto. Este estado de opinión, de facto, se convierte en un marco cognitivo que estructura las ideas y conceptos conformando la percepción de la realidad y condicionando nuestra manera de actuar, muchas veces de manera inconsciente (George Lakoff).
Repasaremos tres mantras básicos: España como realidad, la monarquía y Cataluña.
Ya se ha comentado ampliamente: no utilizar nunca el término España (eufemismo correcto: estado español), la visualización a través de la información meteorológica de los llamados países catalanes (exceptuando los que están fuera del espectro radio-eléctrico: Catalunya Nord y Alger), el trato “península ibérica” con el mismo peso que el resto de Europa, donde si se utilizan el nombre de los diferentes países.
El desequilibrio entre las noticias del territorio catalán y del resto del mundo quedaba justificado en los años 80, con la necesidad de dar protagonismo a una televisión de proximidad, dando por supuesto que la información del resto del mundo el público la obtenía viendo las televisiones generalistas (públicas y privadas): se trataba de informarse en catalán de aquello que nos atañía directamente, entendiendo que para el resto de las noticias ya teníamos acceso a canales castellanos. Pero el hábito fue, y yo diría que de manera natural, que nuestra televisión en catalán se convirtió en nuestra ventana al mundo, y confiábamos que esta ventana fuese amplia.
Pero si teníamos un “plan de nacionalización”, la herramienta televisiva era fundamental: siempre TV3 dependió de Presidencia y se ha evitado -exceptuando el período del tripartito- que su control escapase del gobierno y estuviera en manos del Parlament, opción claramente más democrática. Y el esquema fue definiéndose: ningunear la realidad española como tal excepto para fundamentar su valor metafórico como verdugo de nuestras desgracias (“España nos mata, nos roba” etc.) manejando siempre la confusión entre su realidad como cultura, nación, estado, o gobierno.
En un libro de estilo tácito y no escrito, se daba por supuesto que las noticias de España tenían tanta importancia como las de Mozambique, siempre que no abundaran en la idea de país poco democrático y culturalmente raquítico. Y si había un elemento emocionalmente intenso (el seguimiento del rescate infructuoso del pequeño caído en un pozo de Totalán en Málaga) se redujo a su mínima expresión, o la empatía mostrada por el President Torra hacia las víctimas de las inundaciones (septiembre 2019) de Valencia y no las de Murcia, Albacete y Andalucía, siguiendo este mismo marco mental. Igualmente la industria española y sus capacidades innovativas están generalmente desaparecidas: sólo nosotros aportábamos respiradores o mascarillas o pantallas faciales 3D, y en el resto de la Península (sic!) no saben nada de transición ecológica o investigación médica.
En esta línea la monarquía se convirtió rápidamente en una perfecta metáfora, en un objetivo fácil: las bases históricas de un país que nunca tuvo reyes (Pierre Vilar lo refutaría) y que tenía en Felipe V a su bestia particular, eran un caldo de cultivo fácil para generar un consenso que nos ponía como comunidad, en las antípodas de esa España/Castilla monárquica y retrógrada. A partir de aquí TV3 sólo tenía que ningunear la acción de la Corona, y sí destacar aquellos aspectos criticables, haciendo llegar al espectador una imagen de inutilidad y de estulticia que eran bien acogidas dado el marco mental creado (no estamos con ello apoyando las características de la Jefatura del Estado, sólo describiendo un modus operandi, y somos conscientes que dado ese marco creado, incluso estas observaciones nuestras serán mal comprendidas).
Por poner un ejemplo menor: si el rey actual inauguraba con la alcaldesa de París una plaza en homenaje a los republicanos españoles refugiados en Francia, esta era una noticia inexistente. Si una ex-amante del rey emérito, de dudosa credibilidad ofrecía conversaciones filtradas por un comisario corrupto, ello sí era amplificado. Y todo ello generando una falsa dicotomía de base emocional entre monarquía o república, sin que nadie explique cómo se materializa una forma en frente de la otra, ni que pasos o posibilidades se ofrecen (aquí el antimonarquismo adquiere tintes deportivos: tradición familiar y adhesiones inquebrantables).
Porque la base de la democracia emocional (Anne-Cécile Robert, La stratégie de l’émotion, 2018) está en generar dicotomías sin mostrar su complejidad: ejemplo claro era la instauración de una república catalana (nunca explicada) o la dicotomía de los diferentes referéndums: independencia sí o no (sin concreciones). Si alguien quería buscar explicaciones, estas estarían en las leyes aprobadas por el Parlament el 6 y 7 de septiembre 2017, leyes que nunca dieron pié a un debate sereno e informado en TV3, siendo como eran de un trascendental impacto (esas sesiones fueron tratadas con desigual importancia periodística, pasando inmediatamente a desaparecer con la preparación del referéndum del 1-O).
Durante un largo período (que detectamos en la segunda mitad del 2019) la estructura del Telenotícies Nit se ajustaba casi matemáticamente a esta distribución de su tiempo: un primer tercio a noticias políticas del procés català, unos 5/6 minutos a un par de noticias sobre iniciativas sociales de pueblos y asociaciones de Cataluña, el reste del segundo tercio a noticias internacionales (de desigual jerarquización, al Brexit poco caso) y, al final, cultura y deporte. El subtexto parecía claro: la épica y dificultades de los catalanes contra la injusticia de España, lo bueno que es el noble pueblo catalán (nunca noticias del área metropolitana), y lo poco importante que pasa al mundo (no hablemos de guerras identitarias, ni de cambio climático, ni de populismos bolsonaros-trumpianos; eso sí, Hong-Kong era nuestra lucha).
Una última observación: durante las fases mas agudas de la justicia española contra la trama Gürtel y el PP (no olvidemos que esa fue la causa de la caída del gobierno Rajoy) llamaba poderosamente la atención la desinformación al respecto por parte de TV3, mientras que cada coma de la justicia al respecto del procés era explicada extensamente. ¿Cómo era que si la bestia negra del PP estaba siendo acorralada y abatida no fuera noticia principal de la televisión procesista?. Pues porque rompía el mantra de una justicia española obsesionada con hundir al independentismo y a Cataluña. Desmontaba la simplificación, añadía complejidad: aquellos jueces de negro, salidos de los mejores retratos de El Greco e hijos del franquismo se estaban cargando a su hijo predilecto, el PP.
Una realidad compleja, una situación política complicada, una sociedad desnortada y atenazada por crisis económicas e institucionales, son el caldo de cultivo para soluciones mágicas y adhesiones inquebrantables (¿suena a franquismo?). Y es lógico, cuesta vivir con la incertidumbre, con el desamparo: que se lo pregunten a las gentes de la Edad Media y así entenderemos el papel de la religión y de las ritualizaciones de la vida social (y su cara oscura: las inquisiciones y las persecuciones sangrientas).
Pero parece mentira que en pleno S. XXI cientos de años después del Siglo de las Luces, la razón, el debate y las metodologías democráticas no sean pilares claros de nuestro vivir social. Los intereses económicos y la defensa de los privilegios de las clases pudientes pervierten los mecanismos en los que habíamos depositado nuestras esperanzas de paz social y redistribución de las riquezas. Los métodos para la perversión parecen claros: creación de marcos mentales simplificadores, en los cuales los medios de comunicación (y sus ecos amplificados en las redes sociales) actúan como jíbaros, con una clara estrategia emocional: “Henos aquí totalmente inmersos en la democracia de la emoción, una caricatura de la democracia deliberativa, ella misma una caricatura de la democracia representativa. Mañana, ¿una democracia de la tontería, a la espera de la chochez ?” (Michel Richard).
P.S. En la lógica deportiva mas de un lector o lectora echaran de menos la crítica al equipo contrario (TVE): particularmente soy de ver la viga en mi ojo, y ya tendremos tiempo de ver la viga en el ojo ajeno (que la tiene).
Jesús-Àngel Prieto
La Floresta, agosto 2020